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08 Abril 2020

MUSEO VIRTUAL (VIII) España 82, el Mundial que marcó a toda una generación

El Mundial de 1982 representó una ilusión nacional que acabó siendo una frustración colectiva en el terreno deportivo

Por eso, por lo mucho que significó, el Museo de la Selección tiene un espacio de honor reservado para este gran acontecimiento que forma parte de la historia.

España, recién conquistada la democracia, organizó el Campeonato del Mundo de fútbol y lo hizo con nota: fue un precedente de la capacidad española, de sus poderes públicos, iniciativa privada e instituciones como la RFEF para albergar grandes acontecimientos deportivos (luego serían los JJOO del 92 en Barcelona) o políticos (la Conferencia de Paz de Oriente Medio de 1991 en Madrid).

El Mundial de España marcó la identidad de toda una generación encarnada en la figura, ahora convertida en imagen vintage, de Naranjito y en la gran ilusión de un país que se volcó para que todo saliera a las mil maravillas. Fue una manera de romper con viejos tópicos y empezar a tratar de tú a tú a unas naciones europeas que cuatro años más tarde abrieron las puertas de la CEE a los dos países ibéricos.

Deportivamente fue otra historia. Las expectativas eran muy altas (quizá demasiado) y el resultado final mediocre. El equipo, dirigido por José Emilio Santamaría y basado en la gran Real Sociedad de la época de los Arconada, Zamora o López Ufarte, fue capaz de pasar, si bien de forma apurada, la primera fase, pero naufragó en la segunda donde se midió en una liguilla a dos grandes potencias como Inglaterra y Alemania.

Sin duda era un equipazo. A los jugadores del conjunto donostiarra había que añadir a los Juanito, Camacho y Santillana (Real Madrid); a Quini y Alexanco (F.C. Barcelona), a Tendillo (Valencia), Gordillo (Real Betis) y a Maceda o Joaquín Alonso (Real Sporting de Gijón).

Tras aquella cita, Quini confesó que “el fracaso fue quizá por tener una responsabilidad tan grande”. Y López Ufarte (cuya camiseta original se guarda el Museo) admitió, amargamente: “Teníamos un gran equipo, pero no dimos la talla”.

Este mal sabor de boca futbolístico no borró la sensación de que España había estado a la altura en cuanto a organización y capacidad de volcar sus recursos en un proyecto colectivo. Y dejó un sello perenne en una generación que aún exhibe una sonrisa de añoranza cuando ve a Naranjito, relee las viñetas de Forges o ve las imágenes de un Sandro Pertini eufórico junto al rey Juan Carlos.