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16 Febrero 2024

(Una) Historia de la Selección (IX): grandes esperanzas

Entre 1942 y 1945, apenas se pudieron jugar unos pocos partidos, en un nuevo contexto de guerra - mundial, en este caso - que dificultaba la práctica del deporte. En el horizonte, aún lejano e incierto en aquel momento, había una cita mundialista en Brasil que podía ser, para la Selección Española, el momento de reafirmación que necesitaba. El camino hasta ese momento discurrió entre grandes esperanzas

 

Tras la derrota ante Italia de 1942, se abrió un nuevo impasse en la historia de la selección que se prolongó hasta enero de 1945. Fue un periodo de casi tres años sin encuentros internacionales debido a las dificultades derivadas por una II Guerra Mundial que ensangrentaba Europa y que hacía muy complejo que hubiera partidos entre selecciones de diferentes países.

Cuando regresó a los terrenos de juego el equipo nacional - de la mano de Jacinto Quincoces primero, Luis Casas, Pasarín, después y Pablo Hernández Coronado finalmente -, vivió una fuerte crisis de identidad producto de una acumulación de malos resultados. Solo con la llegada de Armando Muñoz Calero a la presidencia de la RFEF y de Guillermo Eizaguirre al cargo de seleccionador en 1947 el combinado nacional encontró la estabilidad, una forma de juego y un estilo propios a la vez que fue capaz de tomar un rumbo definido que, al fin y a la postre, le llevó a completar un exitoso campeonato del Mundo en 1950.

La adaptación a las "nuevas tácticas" surgidas en Inglaterra

UNA HISTORIA DE LA SELECCIÓN

La selección fue progresivamente abandonando su estilo tradicional, en el que primaba lo individual sobre lo colectivo, y empezó a adaptarse a las novedades tácticas, al “gran tema del momento”: la introducción de las nuevas tácticas nacidas en Inglaterra hacía décadas pero que estaban imponiéndose en el continente en ese momento.

Al igual que el “laissez faire, laissez passer” parecía en decadencia en favor de la planificación centralizada (los planes quinquenales soviéticos, el “New Deal” estadounidense o los planes de desarrollo españoles de la década de 1950), en el fútbol los modelos basados en la improvisación y la genialidad individual daban paso a la primacía del juego colectivo.

En los años 20 y 30 primaba la inspiración individual de un Zamora, un Samitier o un Lángara; pero a partir de los 40 empezó imponerse la idea de que era necesario un juego más elaborado y de conjunto. Jacinto Quincoces reconocía algo de eso cuando en 1945 afirmaba que:

“Antes teníamos jugadores superclase y ahora faltan. Tenemos de buena clase y nada más”.

Ya no era posible basarlo todo en la calidad individual de los futbolistas sino en el trabajo en equipo.

Los años 1945-47 estuvieron enmarcados en un periodo de inestabilidad en el banquillo español ya que por él pasaron un puñado de seleccionadores que no completaron ni un año en el cargo: Quincoces fue técnico del combinado nacional siete meses, Pasarín medio año y Hernández Coronado otros siete meses. El primero dejó el puesto para entrenar al Real Madrid y el segundo prefirió marcharse a dirigir al Valencia. Luego, un hombre de la casa asumió la responsabilidad (Hernández Coronado) hasta que finalmente la estabilidad llegó de la mano de Eizaguirre.

1945-1947
Periodo de inestabilidad en el banquillo

Entre 1945 y 1947 a esta inestabilidad se unieron los malos resultados, el mediocre juego desplegado y la sensación -y constatación- de que el fútbol español se había quedado estancado y al margen de las novedades tácticas que se empleaban en Europa y América. 

El 13 de noviembre de 1945 llegaba al cargo de seleccionador Pasarín, preocupado por la línea media (consideraba que había menos jugadores de talla internacional en esa demarcación –añoraba a los Samitier, Gamborena y Peña de su época) y sentenciaba que “ahora hay menos individualidades, menos toque de balón, cosa que antes era corriente entre los jugadores de categoría… Se tira poco a gol”.

 

A mediados del año 1946, Pasarín daba su primera lista de 18 jugadores convocados  con vistas al partido que debía medir a españoles con portugueses e irlandeses. Tras empatar en tierras lusas a 2 y ganar 4-2 en La Coruña, el equipo se concentró en el Escorial donde el tute y, en menor medida, el ajedrez eran las distracciones más habituales (junto con escribir largas cartas como hacían Eizaguirre y Gonzalvo II).

El encuentro contra Irlanda se produjo en pleno aislamiento español por lo que la cita fue utilizada por el régimen franquista como una forma de mostrar que el país no se encontraba solo en el mundo.  Por eso fue especialmente significativa la presencia del Jefe del Estado, que por primera vez acudió a presenciar un partido de la selección. ABC destacó que “a la llegada del Caudillo, acompañado de su esposa, la muchedumbre le aplaudió con desbordante entusiasmo”. Ipiña se dirigió al palco presidencial para ofrecer a la esposa del dictador un ramo de flores.

 

España, que vistió camiseta blanca y pantalón negro, se enfrentó en el estadio Metropolitano a partir de las 6:30 a una Irlanda, que venía de perder 3-1 con Portugal. El combinado nacional acudía con la idea de que si la selección había ganado a los portugueses la lógica decía que habría que imponerse a Irlanda.

Sin embargo, España salió derrotada por 1-0 por una Irlanda que, en palabras del periodista de ABC, Gilera, “jugó maravillosamente la táctica de la WM”. Con un tercer defensa (Vernon) ni Martín ni Zarra pudieron llevar peligro a la portería rival y los interiores  (Panizo y César) acabaron anulados por los medios. Pasarín sacó a Zarra por Martín pero el problema iba más allá: no se trataba de un cambio de nombre sino de la táctica general.

Los nuevos sistemas (la famosa WM) estaban demostrando su superioridad frente al estilo español que seguía anclado en la tradición nacida en Amberes en 1920 y continuada a lo largo de las siguientes décadas. En el partido se produjo un hecho muy inusual: cuando ni siquiera se había alcanzado el descanso, Pasarín, ante la ineficacia arriba del equipo español y a causa de un estadio que gritaba “Zarra, Zarra”, decidió sustituir a Mariano Martín por el ariete vasco. El delantero centro del Barcelona se marchó del terreno de juego “con la cabeza baja. Iba llorando. Llorando de rabia”.

La derrota, contemplada por unos 60 mil espectadores, abrió la caja de Pandora y asentó la idea de que el fútbol español no transitaba por el camino correcto lo cual convertía en urgente acometer su proceso de modernización. Esa idea iría arraigando cada vez con más fuerza a lo largo del periodo 1946-48 y la sensación de decadencia de la selección –y, por ende, del fútbol español en general- se iría profundizando sobre todo a medida que fueran repitiéndose los malos resultados.

El "mito de la furia", arrinconado por el "mito del fracaso"

TRAS LA DERROTA ANTE IRLANDA

Como tantas veces antes y después en la historia de la selección, el “mito de la furia” era arrinconado por “el mito del fracaso”. Ante Irlanda el equipo evidenció problemas muy importantes: careció de juego de conjunto pues estuvo más basado en la improvisación, en la velocidad, la furia y el remate fuerte que en una táctica y una visión global.

A este problema se unió la falta de continuidad en el banquillo: si tras siete meses Quincoces renunció en 1945, en julio de 1946 Pasarín dejaba el cargo para ponerse al frente del Valencia. Su legado: tres hombres llamados a marcar la historia de la selección (el azulgrana Gonzalvo III y los leones Iriondo y Panizo) debutaron como internacionales. 

En ese contexto, en octubre 1946 llegaba al cargo un nuevo seleccionador: el Comité Directivo de la Federación decidió nombrar a uno de sus miembros, Pablo Hernández Coronado, para ese puesto.

 

Hernández Coronado fue seleccionador nacional en tres momentos diferentes. La primera en 1947 disputando dos encuentros ante Portugal e Irlanda; la segunda en 1955 cuando Ramón Melcón presentó la dimisión y una tercera en 1962 en el Mundial de Chile.

"Hoy vamos a jugar a nuestro estilo"

HERNÁNDEZ CORONADO

Dentro del creciente debate, muy presente en los medios, entre partidarios y detractores de la WM, Hernández Coronado no era un hombre muy proclive a las tácticas modernas.

De hecho. en el entrenamiento previo al partido contra Irlanda, al dar las instrucciones, se dirigió a sus jugadores en los siguientes términos: “Hoy vamos a jugar a nuestro estilo”, lo cual suponía no colocar al medio centro entre los dos defensas ni retrasar a los dos interiores para formar un cuadrilátero junto a los dos centrocampistas.

 

Dedicado de forma intensa a ver partidos en octubre y noviembre, el 24 de diciembre anunciaba la lista de preseleccionados para jugar un partido preparatorio contra San Lorenzo de Almagro, equipo argentino que se encontraba de gira por España. En esa lista destacaba el regreso del gran Isidro Lángara que esa temporada, a sus casi 34 años, había vuelto a jugar con el Real Oviedo. Si la derrota ante Irlanda fue una primera llamada de atención sobe la crisis de identidad de la selección, la caída ante San Lorenzo por 7 goles a 5, pese a ser solo un partido amistoso, acabó convirtiéndose en una derrota demoledora. La clásica furia española (rapidez, improvisación y pases largos) sucumbió ante un conjunto argentino más compenetrado, de juego corto y donde primaba lo táctico.

Un segundo y más grave toque de atención, que ya hizo saltar las luces de alarma, ocurrió a finales de ese mismo mes de enero. España salió derrotada por primera vez ante Portugal y de forma escandalosa (por 4 a 1).

La derrota española (la primera en 25 años de duelos hispano-portugueses y con 7 jugadores del entonces llamado Atlético de Bilbao) cayó como un mazazo al poner en evidencia que “el entusiasmo español poco tenía que hacer contra la “cohesión de conjunto”. “Nuestro fútbol atraviesa una crisis indudable”, fueron las palabras de Hernández Coronado que ponían el dedo en la llaga de dónde se encontraban los problemas del equipo nacional.

 

El periodo Hernández Coronado, breve y deslucido, dejó como herencia una selección envuelta en una dinámica de malos resultados y escasa confianza en su juego y sus posibilidades. El propio técnico calificó su etapa al frente del equipo como “nefast(a). En primer lugar, porque en mi primera época como seleccionador, perdimos por primera vez en nuestra historia ante Portugal en 1947”.

Llegaba el turno de un tándem que haría historia, el formado por Guillermo Eizaguirre-Benito Díaz (1947-1950).