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Vie, 08/03/2024 - 08:50

(Una) Historia de la Selección (X): la revolución Eizaguirre-Benito Díaz

Tras la Guerra Civil que paralizó el país y dividió nuestro fútbol, y después también de la II Guerra Mundial, España se recompuso progresivamente como Selección, con un periodo entre 1945 y 1950 que podemos denominar de grandes esperanzas. Ya se ha descrito la situación entre 1942 y 1947, y es el momento de abordar tres años, los que van del 47 al 50, que serían claves en lo que culminaría con un cuarto puesto en el Mundial de Brasil que suponía la confirmación de que aquello iniciado antes de los dos conflictos bélicos podía seguir adelante y con fuerza. 

 

A mediados de 1947 era urgente llevar a cabo cambios profundos en el equipo nacional. Los motivos eran muchos y diversos:

  •  en primer lugar, por la inestabilidad en el banquillo (tres seleccionadores en dos años, entre 1945 y 1947);
  • en segundo lugar, las derrotas de la selección ante Portugal e Irlanda habían constatado que el estilo español se estaba quedando arcaico;
  • finalmente, la superioridad de otros planteamientos tácticos -como los mostrados por equipos como el argentino San Lorenzo de Almagro y el brasileño Vasco de Gama en sus visitas a España- hizo evidente la necesidad de impulsar cambios técnicos, tácticos y de preparación en el fútbol español y en la selección.

El hombre llamado a modernizar tácticamente al combinado nacional e introducir mayor planificación y continuidad en el trabajo con el equipo fue Guillermo Eizaguirre, quien actuó con el apoyo pleno y en consonancia con los cambios que a escala institucional introdujo Armando Muñoz Calero, presidente de la FEF.

La mano del nuevo seleccionador se pudo percibir bien pronto sobre todo en dos ámbitos muy concretos. A la hora de dotar al equipo español de una planificación de trabajo continuado en el tiempo y bien estructurado. Eizaguirre asumió en mayo de 1947 y desde octubre de ese mismo año empezaron a celebrarse concentraciones periódicas de los internacionales -casi cada 30 días- y, a veces, dos veces en un mismo mes. Citas que incluían entrenamientos, concentraciones y partidillos entre selecciones A y B o contra otros equipos y selecciones. 

Además, la llegada de Eizaguirre al banquillo de la selección supuso la introducción de cambios en cuanto a la forma de jugar, sobre todo a la hora de apostar por la táctica de moda del momento, la WM, labor para la que contó con el respaldo de sus entrenadores (Moncho Encinas y Ricardo Zamora primero y, sobre todo, Benito Díaz después). Eizaguirre, que había visto cómo jugaban y cómo empleaban esas nuevas tácticas las selecciones de Italia, Inglaterra y Francia, empezó a colocar a tres defensas en la zaga y a utilizar a los interiores para que apoyaran el juego de los dos volantes en la elaboración formando una especie de “cuadrado mágico” en el centro del campo.

El periodo de Eizaguirre al frente del combinado nacional puede dividirse en dos etapas claramente diferenciadas. El primer tramo (1947-49) de su gestión estuvo marcado por el trabajo centrado en inculcar los nuevos conceptos tácticos a los jugadores internacionales. Y la segunda (1949-50) caracterizada por la exitosa plasmación de esos nuevos planteamientos lo cual se tradujo en las brillantes victorias ante Irlanda, Francia y Portugal y en el gran papel desarrollado por la selección en el Mundial brasileño.

Primera etapa (1947-1949)
Asimilando conceptos

La primera fase del trienio de Guillermo Eizaguirre al frente del combinado nacional se caracterizó por las numerosas pruebas y apuestas tácticas que ensayó el seleccionador buscando su once ideal y tratando de inculcar las novedades tácticas a los jugadores internacionales.

Tras un año de entrenamientos y ensayos (1947), se celebraron los primeros partidos amistosos internacionales (1948). En un primer momento, la selección despertó muchas ilusiones en cuanto a una pronta recuperación, pero para finales de año y hasta comienzos de 1949 la sombra de la duda volvía a cernirse debido a que se fueron acumulando los malos resultados.

En las primeras concentraciones de esta nueva etapa desarrolladas en Barcelona y Madrid quedó clara la propuesta de Eizaguirre: su apuesta táctica por la WM se veía obstaculizada por problemas de adaptación. Ese sería el principal reto del proyecto de Eizaguirre en el periodo 1948-1949: que el equipo nacional se acostumbrara a la WM.

El trabajo de Eizaguirre contó con el apoyo primero de Ricardo Zamora y luego, en enero de 1948, de Ramón Encinas quien asumió como entrenador del equipo nacional.  

El debut de la pareja Eizaguirre-Encinas tuvo lugar en ese mismo mes de enero del 48, pero la primera lista oficial de convocados no se dio a conocer hasta el 18 de marzo. Tras casi un año de preparación y entrenamientos llegaba la hora de la verdad, de poner a prueba lo practicado y aprendido de la mano de Eizaguirre. El 21 de marzo de 1948, a las 4:45, Chamartín, con 85 mil espectadores en las gradas, acogió el decimonoveno encuentro España-Portugal que contó con la presencia de Franco en el palco.

Fue la primera vez que la selección española aplicó la WM en un partido oficial. Después del buen sabor de boca dejado por la victoria ante Portugal por 2 a 0, el trabajo de Eizaguirre siguió centrado en tratar de perfeccionar la adaptación de los internacionales a las nuevas estrategias.  Los siguientes encuentros (ante Irlanda y Suiza) mostraron las dificultades y los obstáculos que tenían los internacionales para asimilar la WM.

La alineación de 1949 frente a Italia. 

 

Dicha táctica WM se “inauguró” el 49 con el amistoso ante Bélgica que acabó con empate a uno, con mala imagen del equipo y con pitos de un público que incluso acabó lanzando piedras y obligando a intervenir a la policía.

Portugal se convertía en una piedra de toque para evaluar hasta qué punto el equipo había o no entrado en una dinámica negativa. La selección A empató a uno en Portugal y el combinado B se impuso 5-2 en Riazor. Pero más que el resultado lo importante fue que existió cierta sensación de que se iba conformando un bloque homogéneo con las ideas tácticas más claras. Y sobre todo, en el encuentro lisboeta el seleccionador encontró su pareja definitiva para el centro del campo: debutó el valencianista Antonio Puchades y tras dos años de ausencia regresó y se consolidó Gonzalvo III como su compañero en la medular.

Tras la mejoría mostrada en Lisboa (pese a no pasar del empate a uno) llegó el mal trago ante el siguiente rival, Italia.

España vivió ante los italianos en Chamartín un duro correctivo al caer por 1-3 (el gol español fue obra de Gainza). El cuadrado mágico español se vio superado ampliamente y Epi reconoció esa inferioridad con un expresivo “nos han dado un baño”.

 

2ª etapa (1949)
El triunfo de la nueva táctica

“¿Recordáis el resultado adverso de marzo de 1949 contra Italia? Serenamente fue encajado; nuestros técnicos examinaron a fondo el mecanismo del equipo, y en silencio, mostraron un clima pasional casi trágico, se trabajó a fondo. Después vino la ascensión triunfal por tierras irlandesas y francesas que convirtieron el 1-3 de Italia en unas simples anécdotas”.

(Armando Muñoz Calero,

presidente de la RFEF, 1947-50)

 

Lo ocurrido en Montjuic ante Bélgica y en Chamartín frente a Italia en el arranque de 1949 fue un punto de inflexión a partir del cual el equipo empezó a mostrar una contante mejoría.

A mediados de 1949 cristalizó el trabajo realizado y se pusieron los cimientos definitivos sobre los que se edificó el proyecto que acabaría brillando en 1950 en el Campeonato del Mundo de Brasil. Detrás de ese cambio estaba, en primer lugar, la llegada al equipo de Benito Díaz como entrenador; y, en segundo lugar, que los resultados empezaron a acompañar y la nueva táctica a ser mejor asimilada. La etapa de las pruebas y de asumir conceptos había pasado; ahora tocaba aplicar lo aprendido.

Tras la derrota ante los trasalpinos desembarcó en el combinado nacional, para ayudar a Eizaguirre en calidad de entrenador, Benito Díaz con quien el equipo experimentó un gran cambio. Díaz, entrenador de la Real Sociedad, finalmente fue el hombre designado para el puesto de “segundo” de Eizaguirre. Como Zamora, el llamado “Tío Benito” era partidario convencido de la WM y, para muchos, el introductor de tal sistema en España. En verdad, más que de iniciador, habría que referirse a él como el hombre que más fuertemente apostó por este modelo el cual, por otro lado, ya se venido practicando, de forma poco continuada y escasamente extendida, desde los años 30 incluso en el territorio español (la Real Sociedad lo utilizó en los años 30 y el Valencia en los inicios de los 40).

Benito Díaz sorprendió con métodos completamente distintos a lo que se acostumbraba hasta la fecha. Tomaba parte activa en los entrenamientos y lo hacía como un jugador más.

Díaz, además, sorprendió con métodos completamente distintos a lo que se acostumbraba hasta la fecha. Tomaba parte activa en los entrenamientos y lo hacía como un jugador más. Una de sus estrategias era llevar el balón en las manos y en un momento determinado parar el juego, exigiendo que cada cual se quedase en el sitio que tenía en aquel momento a fin de corregir defectos de colocación.

El “Tío Benito” marcó el estilo de la selección y a los propios jugadores. En lo referente al juego del equipo, el nuevo entrenador hizo hincapié, sobre todo, en la necesidad de que hubiese compenetración entre líneas: “Con las individualidades que tiene España no veo que sea un empeño demasiado difícil dotarla de un gran equipo que practique a la perfección las modernas tácticas”.  

Si un partido marca un antes y un después en la historia del equipo nacional ese fue el que se disputó en junio de 1949 en Dublín. Se trató de un punto de inflexión no solo por la victoria sobre Irlanda (1-4) sino por cómo se produjo: remontando un gol en contra con tantos de Basora, Zarra (dos) e Igoa y con un juego espectacular. Desde hacía mucho tiempo que no se veía a una España tan brillante, sobre todo, durante la primera parte tras irse al descanso con 1-3 a su favor. Con unas bandas a cargo de extremos rápidos y profundos, el debutante Estanislao Basora llenó el hueco dejado por Epi en el lado derecho y Gainza fue decisivo.

La alineación empleada en el encuentro ante Italia que supuso el cambio de rumbo de la Selección

Además, estaba un Zarra en su mejor momento de forma y olfato goleador. El equipo claramente empezaba a tomar forma con Eizaguirre insustituible en la portería; Gonzalvo III y Puchades en la medular. En el resto de posiciones seguían primando las probaturas aunque se iban perfilando como claves para el futuro Basora en la derecha y Panizo y Venancio como interiores. La victoria ante Irlanda dio al equipo, en palabras de Gonzalvo III, “moral de victoria”.

Con esa sensación de euforia y cambio a mejor, la selección viajó a París donde entrenó en Saint Germain y Colombes con dos armas secretas. La primera, la comida, pues Díaz se llevó de España aceite de oliva para que los jugadores no notaran el cambio en la alimentación. La otra, en palabras de Díaz, era “la desconcertante rapidez, abundancia de tiro a gol desde cualquier posición y una furia que en Dublín hemos comprobado que no ha desaparecido”.

En París jugaron los mismos internacionales que en Dublín con el añadido de Panizo. España se impuso con claridad, rotundidad y brillantez (1-5): tres goles de Basora y dos de Gainza, que además dio dos asistencias al extremo azulgrana. Este, autor ya de un gol ante Irlanda, se hizo con el monopolio de la banda derecha del combinado nacional tras su gran actuación en tierras francesas. Basora, en tan solo 12 minutos, consiguió ese triplete y la prensa francesa le bautizó como el "monstruo de Colombes". Basora no dudó en celebrar su éxito ya que, como confesara años más tarde, “en París no se duerme y menos después de una victoria internacional tan rotunda”.

La delantera fue la del Athletic casi al completo (Venancio, Zarra, Panizo y Gainza) con la sola excepción, la de Basora en el extremo derecho. La columna vertebral era del Valencia con Eizaguirre en la portería, Asensi en defensa y Puchades en el centro del campo a quien acompañaba el culé Gonzalvo III. Del resto del equipo que jugó en Colombes destacaban el sevillista Antúnez en defensa junto a Lozano, del Atlético de Madrid.

París había ratificado lo visto en Dublín: esa España era otra y uno de los principales culpables tenía nombre propio. 

París había ratificado lo visto en Dublín: esa España era otra y uno de los principales culpables tenía nombre propio. Los resultados ante Irlanda y Francia parecían confirmar que la apuesta por Eizaguirre y el cambio de modelo eran un éxito.

Las sensaciones dublinesas y parisinas tenían que pasar por el filtro de la realidad. Y eso era la siguiente etapa, la de la fase de clasificación para el Mundial de 1950 que incluía una eliminatoria contra Portugal, Guillermo Eizaguirre trabajó asesorado por un Comité Técnico compuesto por Eduardo Teus, Fernando Gutiérrez Alzaga, José L. Lasplazas, además de Benito Díaz y Muñoz Calero.

Como en 1934, España no era cabeza de serie y estaba obligada a superar a Portugal –también como en el 34- para estar en Brasil.

En abril de 1950, llegó la hora de la verdad: el partido contra Portugal en el que se decidiría quién estaría en el Mundial. En Chamartín, y con el general Franco en el palco, España se impuso con claridad a Portugal por 5 goles a 1. Sentenció el partido cuando en el primer cuarto de hora ya ganaba 3-0. Ante los portugueses, la delantera fue puro gol: un tanto de Basora, otro del debutante Molowny, dos de cabeza de Zarra y otro de Panizo completaron el 5-1 final. Gaínza no anotó pero dio tres asistencias: dos a Zarra y una a Molowny quien logró el tanto del partido (por el que fue felicitado por el árbitro –en inglés, eso sí-).

España y Portugal empataron a dos en la vuelta en tierras lusas. Zarra puso el 0-1 y, tras remontar los portugueses, Gainza logró el tanto del empate que evitaba un nuevo duelo en campo neutral

La España de Eizaguirre estaba en el Campeonato del Mundo y, sobre todo, acudiría con un equipo formado y cohesionado que poseía una idea e identidad propias.

 

CONTINUARÁ