(Una) Historia de la Selección (XI): el Mundial de 1950 en Brasil
16 años después, España regresaba en 1950 a un Campeonato del Mundo rodeada de grandes expectativas e ilusiones. Por eso la gran cita se preparó a conciencia y con tiempo. Encabezados por Eizaguirre y por Benito Díaz, una selección en la que faltaban los jugadores finalistas del torneo del ko se trasladó a jugar ante México en tierras americanas.

El 31 de mayo comenzó en El Escorial la concentración de la selección con vistas al Campeonato del Mundo.
El cronograma de aquellos intensos días de preparación era el siguiente:
a las 8:30, y durante 70 minutos, paseo por los jardines de La Herrería escurialense.
Luego, en el Parque Municipal de Deportes, entrenamiento basado en ejercicios tácticos y físicos.
Y finalmente, en el campo de la UD San Lorenzo, jugaban un partidillo. La comida era a la una, luego partida de mus y por la tarde paseo por los jardines con Benito Díaz a la cabeza.
Los días 8 y 14 de junio el combinado nacional afrontó en el Metropolitano las pruebas finales, ante el Hungaria, un equipo de apátridas centroeuropeos, casi todos fugados de la Europa del Este, la mayoría de Hungría. Lo entrenaba Fernando Daucik y la estrella era su cuñado, Ladislao Kubala.
El 17 de junio el equipo emprendió viaje con esos 22 hombres, el seleccionador Guillermo Eizaguirre, el entrenador Benito Díaz, el masajista Rafa y el resto de directivos. A Brasil acudieron también Juan Deportista como jefe de prensa, el exseleccionador Eduardo Teus del Comité Técnico y Joaquín Cabot como médico.
En Brasil, fue el Tío Benito sobre el que recayó la responsabilidad de que todo saliera bien desde la intendencia a las sesiones preparatorias. Marca relataba que:
“sin menospreciar a nadie ése es el mejor entrenador que he conocido. «Tío Benito» se encargará de todo: desde ordenar el menú de los jugadores, a dictaminar la táctica que habrá que emplear en el campo.
Y hasta controlar las llamadas telefónicas: en hotel Corcovado, en Río, las chicas asediaban a los españoles y eran continuos los telefonazos.
«Tío Benito vigilaba sin descanso y cierto jugador se pasó meda hora flirteando telefónicamente con una desconocida admiradora—ella hablando en carioca y él en madrileño sin saber que Tío Benito estaba «de escucha) en una cabina contigua por si acaso. .iGran tipo Benito! Creó fama de mal genio, pero para «sus muchachos» era el hombre más jovial y divertido, sin perder la seriedad y la autoridad, por supuesto. Ya a la hora de entrenar sobre el campo, un fenómeno”.
Esta sufrida victoria inicial tuvo consecuencias. Sobre todo en la portería donde el error cometido por Eizaguirre hizo que el seleccionador decidiera confiar, para la siguiente cita, ante Chile, en Antonio Ramallets. Al portero del Barcelona se le había visto muy poco: había sorprendido muy gratamente en la gira mexicana y jugado la primera parte ante el Hungaria donde encajó un gol de Kubala. El ostracismo de Eizaguirre en su equipo –el Valencia- le pasaba factura y abría las puertas a Ramallets quien en el viaje a México empezó a ganarse el puesto gracias a su gran actuación. Su agilidad, su capacidad de trabajo en los entrenamientos y su habilidad para el blocaje acabaron relegando al teórico segundo portero, Acuña.
El partido no solo condenó al portero Eizaguirre sino también al defensa Antúnez y al interior canario Rosendo Hernández. Y por el contrario consolidó a Gabriel Alonso como indiscutible en el lado derecho de la zaga. De hecho, cuando España volvió a su cuartel general en Río (en Copacabana, junto a la playa de Ipanema) en el siguiente partidillo de entrenamiento ante el Flamengo se pudo comprobar el cariz que habrían de tener los cambios: Ramallets en vez de Eizaguirre, Parra en lugar de Antúnez y Panizo por Hernández. El guardameta catalán tuvo, en ese momento, palabras de cortesía al hasta entonces portero titular de la selección a pocas horas de jugar su primer encuentro:
“Eizaguirre es un portero magnífico. Le admiro y le quiero cordialmente. Creo que soy muy inferior a él. Pero cumpliré las órdenes recibidas, dándolo todo, lo que puedo. No esperaba mi designación y ella me llena de alegría y de entusiasmo”.
Maracaná acogió el segundo partido, ante los sudamericanos. Antes de la gran cita, españoles y chilenos comenzaron el día en la capilla «Pulcra Blanca», cerca de la playa de Ipanema, donde oyeron una misa oficiada por el padre Gilberto Lizana, chileno. En ese encuentro, el equipo español, camisa azul y pantalón blanco, mostró una considerable mejoría con respecto a lo ocurrido ante los estadounidenses y acabó triunfando por dos a cero, con tantos de Basora y Zarra.
El dúo Eizaguirre-Díaz había encontrado su once de gala con un espléndido Ramallets en la portería (“un coloso” ante los chilenos según Marca). Una defensa compuesta por el insustituible Gonzalvo II (cuatro partidos seguidos como titular), la emergente gran revelación (Parra) y el regreso a la titularidad de Gabriel Alonso que ya no volvería al banquillo. El centro del campo permanecía intocable con Puchades y Gonzalvo III quienes eran una pareja muy compenetrada tanto construyendo juego como obstaculizando el del rival: habían actuado siete veces juntos. Y la delantera era pura velocidad en las bandas (Basora y Gaínza), instinto goleador (Zarra, quien confesó que su mejor partido en el Mundial fue ante los chilenos) y gran calidad de los dos interiores (Igoa y Panizo). Ese once, sin cambios, jugaría contra Chile y lo haría también frente a Inglaterra.
Porque para estar en la segunda fase había que superar a la selección inglesa, que venía de perder con Estados Unidos en Belo Horizonte. España necesitaba ganar o empatar y a los ingleses solo les valía la victoria para pasar. Con el objetivo de preparar mejor el encuentro el cuerpo técnico decidió cambiar de cuartel general y, siempre dentro de Río de Janeiro, el combinado se trasladó a un nuevo hotel a los pies del Corcovado.
El dúo Eizaguirre-Díaz había encontrado su once de gala con un espléndido Ramallets en la portería (“un coloso” ante los chilenos según Marca). Una defensa compuesta por el insustituible Gonzalvo II (cuatro partidos seguidos como titular), la emergente gran revelación (Parra) y el regreso a la titularidad de Gabriel Alonso que ya no volvería al banquillo. El centro del campo permanecía intocable con Puchades y Gonzalvo III quienes eran una pareja muy compenetrada tanto construyendo juego como obstaculizando el del rival: habían actuado siete veces juntos. Y la delantera era pura velocidad en las bandas (Basora y Gaínza), instinto goleador (Zarra, quien confesó que su mejor partido en el Mundial fue ante los chilenos) y gran calidad de los dos interiores (Igoa y Panizo). Ese once, sin cambios, jugaría contra Chile y lo haría también frente a Inglaterra.
Porque para estar en la segunda fase había que superar a la selección inglesa, que venía de perder con Estados Unidos en Belo Horizonte. España necesitaba ganar o empatar y a los ingleses solo les valía la victoria para pasar. Con el objetivo de preparar mejor el encuentro el cuerpo técnico decidió cambiar de cuartel general y, siempre dentro de Río de Janeiro, el combinado se trasladó a un nuevo hotel a los pies del Corcovado.
"... para alejarles de las peligrosas desviaciones a que estaba expuesta la muchachada en aquel medio propicio a ceder a la tentación..."
El embajador español, el conde de Casa Rojas, comentaría tiempo después lo importante que resultó ese traslado para el posterior éxito del equipo: “Para reparar fuerzas, liberarles del calor y alejarles del bullicio y algazara del vibrante barrio de Copacabana, así como de las peligrosas desviaciones a que estaba expuesta la muchachada en aquel medio propicio a ceder a la tentación, con acierto, nuestros hombres pasaron a vivir al pie del Monumento al Corazón de Jesús: en el Concorvado, instalándose en el Hotel Paineiras, albergue de montaña, solitario y austero, a 600 metros de altitud sobre la capital y, sin embargo, próximo a ella. Allí nuestros muchachos, en convivencia con los suecos, jugaban al "pingpong" y a las damas, cantaban a sus anchas, respiraban aire puro y seguían comiendo tortilla de patatas y judías con chorizo. Allí les visité varias veces y les encontré animosos, pero no altaneros, sujetos a un riguroso horario, pesarosos de su aislamiento; pero dócilmente dispuestos a esperar la hora de reaparecer sobre el césped”.
De hecho, el propio diplomático español afirmaba que los estadounidenses antes de enfrentarse a España habían caído en la tentación de la noche de Río, y “a altas horas de la noche, habíamos visto a aquellos rivales en vociferante circular por el centro de la ciudad, con indicios aparentes de animadoras libaciones, en clubs nocturnos y bares populares. Aquel partido, en campo casi pelado, y de reducidas dimensiones, a todos nos parecía pan comido. Pero aquellos muchachotes, como dicen que sucede a los pelotaris de nuestros frontones, con el sudar del encuentro fueron eliminando toxinas y recuperando alientos, y el partido se nos iba presentando muy cuesta arriba”.
Telmo Zarra nunca supo con qué marcó el gol a su amigo Williams. "No sé si fue con la caña o con la rodilla… (solo) sé que fue gol", repetía cuando le preguntaban por aquella jugada; "¿Cómo fue su gol a Williams en la victoria ante Inglaterra?"
"Fue una jugada normal. Me adelanté al pensamiento del portero y metí el gol”.
Sin embargo en alguna ocasión admitió que si bien nunca pensaba que una jugada pudiera acabar en gol en esa ocasión sí lo hizo:
“Fue demasiado buena por parte de Alonso, Gaínza e Igoa como para que yo la desperdiciase”.
Era, ya para siempre, “el gol de Zarra”, un tanto con enorme carga simbólica. Simbolismo político como encarnación de la venganza española por “la afrenta” de Gibraltar cometida por “la pérfida Albión”; y simbolismo deportivo ya que suponía la victoria sobre la siempre poderosa Inglaterra.
Alonso añadiría, tras el encuentro, detalles a la intrahistoria del gol:
“En realidad no es que yo pensara tal cosa (ir al ataque); iba a pasar a Basora; pero vi que el defensa se acercaba a él y como quedaba sitio seguí con la pelota. Entonces me fijé en Gaínza que estaba en buena posición, corrí un poco más y traté de pasársela. Tal como lo pensé salió. El balón llegó a Gaínza…”.
E Igoa remataría la historia:
“Y Piru saltó como si fuera de goma… ¡Con decirte que, siendo el defensa mucho más alto le sacó mucho más de una cabeza!”.
La prensa inglesa calificó a Zarra como el «gigante del partido por la forma en que conducía la ofensiva». el «Daily Herald» publicó la siguiente esquela:
«Nuestro afectuoso recuerdo al fútbol inglés, que falleció en Río de Janeiro el 2 de julio de 1950. Un numeroso círculo de amigos lamenta su dolorosa pérdida. R.I.P. Nota: El cadáver será incinerado y sus cenizas trasladadas a España».
El resto del partido fue una lucha por mantener el resultado y frenar las acometidas inglesas: otra vez con un magnifico Puchades (que evitó un gol en la misma línea), un inteligente Panizo (que estrelló un balón en el larguero) y con Parra y Alonso “salvándolo todo”. El otro nombre propio de la cita, además del de Zarra, fue el de Ramallets quien amargó la tarde de los delanteros ingleses. Ramallets se ganó entonces el sobrenombre de “El Gato de Maracaná” y prolongaría su hegemonía en el marco español en los años 50 siendo portero internacional hasta 1961.
La prensa se llenó de elogios hacia el combinado nacional y el propio Franco mandó un telegrama de felicitación.
Otra clave de la victoria residía en que el encuentro se preparó muy bien desde el punto de vista táctico y, en ese sentido, resultó vital la labor del “Tío Benito”, como recordara ocho años más tarde el masajista Rafa:
“Se jugó muy bien. Pero además hubo antes por parte de Benito Díaz, un sensacional planteamiento del encuentro. Benito sabía que los ingleses tenían tres o cuatro jugadas estudiadas. Tomó la pizarra, nos llevó a todos a la playa de Ipanema, y durante tres horas estuvimos allí empapándonos en los consejos de Benito. Cuando todo el mundo supo la papeleta como un papagayo, volvimos al hotel”.
Por lo tanto, en el Mundial, España tuvo a su favor una táctica, un estilo, un ambiente propicio y un bloque muy unido. La selección estaba clasificada para la segunda fase mundialista que consistía en una liguilla donde los españoles estaban acompañados por Uruguay, Brasil y Suecia.
Los brasileños, que venían de derrotar a Suecia por 7-1, también destrozaron a España. A los 15 minutos Parra marcó en propia puerta y el equipo se resquebrajó por completo. Jair y Chico anotaron dos veces más antes de la media hora. Luego vinieron tres tantos canarinhos más tras el descanso. Igoa anotó el gol del honor. Los jugadores españoles, hundidos, reconocieron la superioridad del rival pronunciando frases muy significativas: “No hay excusas” (Zarra) o “Nada salió a derechas” (Basora).
En el último partido ante Suecia, el 16 de julio, España se jugaba acabar tercera y ser el primer equipo europeo en el Campeonato del Mundo de 1950. La selección completó un flojo partido (perdió por 3-1) y estuvo muy condicionada por la lesión de Panizo.
El equipo, que tuvo tres representantes en el once ideal del campeonato –Ramallets, Puchades y Gaínza-, regresó a España el 21 de julio con los jugadores deseosos de volver. La expedición aterrizó el día 23 siendo recibida como héroes.
España había vuelto a subir a lo más alto: se encontraba entre la elite del fútbol mundial y había logrado derrotar a EEUU, a Chile e Inglaterra desplegando un juego moderno (basado en la WM defendida por Guillermo Eizaguirre y Benito Díaz) sin renunciar a la tradicional furia. Además, había logrado juntar una gran generación de futbolistas en todas las líneas: empezando por Ramallets, siguiendo por los hermanos Gonzalvo, una medular que funcionaba como un reloj con Puchades como líder y una delantera de lujo.
Brasil fue el fin de una época y abrió la puerta a otra. Si después de Amberes, la selección española emprendió una carrera –frustrada al fin y a la postre- por mantenerse en la élite y reeditar nuevos éxitos, tras Brasil, la dinámica sería similar: ansiosa búsqueda en pos de un éxito esquivo al no acudir a las citas mundialistas de 1954 y 1958, no llegar a la final de la Eurocopa de 1960 por razones políticas y defraudar en el Campeonato del Mundo de 1962. Toda esta dinámica de derrota, con “mito del fracaso” incluido, se vería interrumpida con el éxito de la “furia” renacida en 1964. Brasil ´50 quedaría como el mayor éxito de la selección en un Mundial hasta 2010.
CONTINUARÁ...